La decisión de ser pasantes de drogas


Hacia finales de los años 90, cuando Carmen tenía 16 años y trabajaba en un hotel en el municipio de Itagüí, Antioquia, sus mejores amigas y compañeras de trabajo, las hermanas Claudia de 25 años y María de 18 –madres cabeza de hogar–, le propusieron viajar a España con un cargamento de droga en el estómago. Les pagarían 10 millones de pesos colombianos.

Las hermanas tenían contactos en la Oficina de Envigado los cuales les exigían reunir a más mujeres jóvenes para que así ellas también pudieran viajar al país europeo. Carmen dice que la banda criminal buscaba “peladitas de muy bajos recursos, o sea, trabajadoras que apenas están comenzando en la vida, que quieren la vida fácil”. Finalmente, la convencieron de conocer a los hombres que la entrenarían, y así, entonces, podría lograr una de las cosas que siempre había querido: comprarle una casa y darle un mejor futuro a su mamá.



Unidad de Investigación Periodística. Historia de Carmen. Interpretación del testimonio de Jennifer Fleetwood.

Historias como la de Carmen no dejan de ocurrir en el país. Desde la década del 80, cuando se popularizaron las capturas de colombianos en aeropuertos por tráfico de estupefacientes, esos relatos se volvieron redundantes. Según la Dirección de Antinarcóticos (DIRAN) de la Policía Nacional y el jefe del Área de Control Aeroportuario (CENSO) de la Subdirección de Antinarcóticos, la situación de pobreza crónica y crisis económica momentánea siguen siendo las principales causas de quienes aceptan ser pasantes de drogas.

Orlando Tobón, un hombre de 72 años, que en la década del 80 tenía una agencia de viajes en Nueva York, conoce muchas historias de quienes se fueron cargados de drogas, para el país norteamericano, buscando salir de la pobreza.

Para entonces, evoca Tobón, el narcotráfico estaba en pleno furor en Colombia y eran comunes los casos de pasantes de drogas que fallecían por sobredosis o que eran capturados al llegar a Estados Unidos. Los familiares de personas que morían cumpliendo la ilícita misión se comunicaban con Tobón, con la esperanza de que pudiera ayudarles a repatriar el cuerpo. Fue así como incluso llegó a encargarse de enterrar a algunos colombianos que fallecían intoxicados y, en otros casos, a ser el puente de información entre quienes eran capturados y sus familias, en una época en la que la comunicación internacional no era fácil.

“Era más que todo gente con necesidades impresionantes de dinero y con ansias de tener algo. Era gente muy pobre, gente que no había podido salir adelante”, dice hoy Orlando al recordar aquella época.



Según información del CENSO, el factor común que lleva a la comisión del delito es la necesidad económica. Quienes han sido capturados manifiestan ser vulnerables por la inestabilidad económica y la falta de recursos. El dinero que le pagan a las personas de bajos recursos, que es poco comparado con el valor total de la mercancía que pretenden traficar, parece una forma fácil de conseguir mucho dinero con poco esfuerzo.

La institución de Antinarcóticos aclara, en respuesta a un cuestionario, que : “Las cantidades de droga ilícita que las organizaciones buscan introducir en el comercio internacional, a través de pasantes, son pequeñas (alrededor de 800 y 1.000 gramos) y poco representativas económicamente (para la organización criminal)”.

Felipe Arias, historiador especialista en divulgación de historia y cultura de la patria, afirma que “mientras existan economías ilícitas y una falta crónica de oportunidades, habrá personas que tomen la decisión de emplearse dentro de una Colombia clandestina”. Agrega que también existe una “eventual cultura del dinero fácil”.

Además, explica que esto no sucede solamente en Colombia, sino en diferentes países del mundo que también han tenido procesos sociales y económicos marcados por las carencias materiales, la desigualdad y la falta de fuentes estables de empleo.

Pero no solo los niveles de pobreza llevan a una persona a convertirse en pasante de drogas; las crisis económicas transitorias también están en la lista de las causas detectadas por quienes estudian el fenómeno. La historia de Rubén ilustra este tipo de casos. Él recuerda que en los primeros años de la década del 90, cuando tenía 18 años y “la situación económica estaba dura, difícil el trabajo”, fue correo humano de drogas al interior del país.

Lo hizo durante seis meses: desde el centro del Cartucho, la olla más grande de drogas de Bogotá en la época, hasta Yopal, capital del departamento de Casanare. Le pagaban 1.500.000 pesos colombianos no solo por trasladar sino por vender marihuana y ‘perico’, de jueves a domingo. Se involucró para poder afrontar las dificultades monetarias que tenía en el momento. Sobre los primeros días de la actividad, Rubén reflexiona que “fueron muy duros. Susto, miedo. Era tremendo, más para una persona que nunca ha experimentado esa vibra”.

Luego conoció a una mujer que lo persuadió de abandonar lo que, para ese entonces, era su trabajo; pero hacerlo no era tan fácil como decirlo. Rubén describe la reacción del jefe de la banda cuando intentó retirarse: “Él decía que después yo iba a llevarle allá a los sapos y a contarle a todo el mundo lo que hacíamos, que él no iba a dejar cabos sueltos. Entonces yo le decía: ‘no hermano usted sabe que yo soy una persona seria, lo que pasa es que yo quiero una vida normal y ayudarle a mi viejo, pero de una manera sana’ ”.

Finalmente logró salir. No obstante, en el año 1995 la misma banda criminal lo sedujo. “Terminé mi bachillerato, fui a prestar servicio, ya tenía un hogar, una chica y un niño. Ellos me volvieron a contactar cuando estaba otra vez pasando por un mal momento: que los pañales, que la leche, que una cosa, que otra”. Le propusieron viajar con una carga de droga a España, pero Rubén, al imaginarse preso y solo en una cárcel fuera de su país, decidió rechazar la oferta.


Unidad de Investigación Periodística. Historia de Rubén.

La experta Corina Giacomello, docente e investigadora en temas de sistema penitenciario en América Latina en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Autónoma de Chiapas, explica que se registran muchos casos de personas que aceptan ser pasantes de drogas para hacer frente a una emergencia o dificultad eventual, como una enfermedad o deuda; en consecuencia, se da el involucramiento esporádico o continuo en el tráfico internacional de sustancias psicoactivas.

El caso de Ricardo permite ampliar lo expuesto por Giacomello. En el año 1999, cuando él tenía 23 años, hizo su primer viaje desde Bogotá hasta Tijuana, México. Tomó la decisión a raíz de la quiebra de la empresa de su familia. Fue uno de sus antiguos empleados quien le habló acerca del negocio: “hay que comerse unas cápsulas y depende de lo que usted se coma, se gana una plata”.

Aceptó. Viajó 12 veces, durante aproximadamente 3 años, hasta que el 8 de noviembre de 2002 fue capturado en un hospital en Florida, Valle del Cauca, luego de estar a punto de morir por una sobredosis de heroína.

Ricardo reconoce que aunque la principal razón por la que se involucró en esta actividad fue la necesidad, acepta, también, que estaba acostumbrado “a la vida buena, a vivir bien”.

Existe un común denominador entre quienes cometieron el delito, sobre todo, en las décadas de los 80 y los 90 cuando, según María Edna Castro, abogada con 30 años de experiencia y especialista en derecho penal, el auge de los grandes capos fomentaba la “cultura del dinero fácil” y la ambición era motivo para que las personas se convirtieran en correos humanos: “chicos ambiciosos que se prestaban para ese tipo de cosas porque querían hacer dinero fácil. Eso fue una época muy marcada por el narcoterrorismo”.

“Conocí a un chico, él era profesional pero no tenía trabajo, era hijo de una familia bastante conocida socialmente en Medellín en esa época. Vivía solo en un apartamento que le habían dado sus padres y le gustaba mucho pintar. Conoció a un muchacho que estaba en un apartamento cercano y éste le propuso que pintara un cuadro con cocaína –diluída la cocaína en la pintura–. Cuando ya lo hubiese pintado, le daban los pasajes y pasaporte para que lo pasara.

Cuando él llegara allá, cogerían la pintura y con algunos químicos especiales la diluiría para sacar la cocaína. Al muchacho le pareció que esto era como muy sencillo, le parecía imposible que fueran a encontrar en un cuadro cocaína, y lo hizo. Pero cuando él llegó al aeropuerto ya estaba delatado”.



Los reclutadores de pasantes de drogas


Comprender el fenómeno de los pasantes de drogas en el país implica preguntarse por la manera en la que estas personas con problemas económicos, de salud, entre otros, son contactados por miembros de estructuras mafiosas para ofrecerles el trabajo ilícito. Según lo investigado por la UIP, son comunes los casos en los que quienes se convierten en correos humanos fueron involucrados en esta actividad por alguna persona cercana.

“Hablé con un hombre británico, él tenía una novia colombiana y viajaron a Colombia para conocer a la familia. Así fue como él se involucró en el negocio de las drogas. Aunque no son todos los colombianos, es una pequeña cantidad. Él solo iba a donde la familia y decía: ‘me pueden dar unos cuantos gramos de droga’, y luego los llevaba de vuelta y ayudaba con las vacaciones familiares", cuenta Jennifer Fleetwood, profesora titular en criminología y sociología de Goldsmiths College en Londres.

Sus investigaciones, que involucran a Colombia, la llevan a plantear que quienes reclutan personas para estas labores ilegales “no necesariamente tienen el perfil de mafiosos o están involucrados en delitos violentos". Asegura que cualquier persona, dentro de círculos sociales variados, podría ser un reclutador: "Pueden ser muy profesionales, considerarse parte de un cartelito o involucrarse solo una o dos veces", y explica que se desempeñan conociendo a otros y ayudándolos a hacer conexiones.

Fleetwood plantea 3 posibilidades de cómo alguien se puede involucrar en el negocio de las drogas: mulas independientes que van y compran la droga, y luego la transportan ellos mismos. Puede haber un grupo de personas que reúne dinero para comprar la droga y después, una de ellas, contrata a alguien para traficarla. Por último, hace referencia a los cárteles explicando que en ellos existe la posibilidad de contratar a alguien “para que actúe como reclutador”.

En lo que respecta a las mujeres, Corina Giacomello argumenta que, debido a la estructura patriarcal de los grupos criminales y a la continua desigualdad en las relaciones de género, ellas se suelen involucrar a través de la pareja hombre, que es quien tiene el contacto directo con la organización o hace parte de la misma en un nivel más alto al que, con dificultad, puede acceder una mujer.

Giacomello aclara que, aunque son más los hombres que reclutan, también hay mujeres que lo hacen.

Esta radiografía que se presenta sobre el negocio del narcotráfico y la manera cómo se utilizan a personas de los estratos más bajos y en situaciones económicas o familiares débiles, evidencia que el fenómeno de los pasantes de drogas no hace parte únicamente del pasado de Colombia.

Por el contrario, es una constante en la realidad del país, pues, tal como se evidencia en esta investigación, en los últimos 7 años se ha registrado un aumento significativo de capturas de hombres, mujeres, nacionales y extranjeros, si se compara con el mismo periodo de la década anterior. Tampoco se Se trata de un negocio perverso en el que los más débiles de la estructura, con la ilusión de resolver la vida, juegan a perder.





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